Desorden
A través del espejo puedo ver a Desespero. Me mira con sus ojos grises y vacíos, me sonríe con su torcida boca. Me desnudo ante ella, para que se recree ante mis imperfecciones, para que señale cada defecto. Su mano fría atraviesa el cristal para acariciarme con su tacto viscoso. Me obliga a dar la vuelta, a mostrarle las cicatrices de mi espalda. Y se ríe a carcajadas. Intento taparme los oídos, pero me sujeta los brazos con una sola mano. En la otra lleva una cuerda con la que rodea mi cuello. De pronto se estira cuan larga es, me parece gigante desde donde estoy sentada. Y con un simple movimiento de muñeca ata la cuerda a una de las vigas del techo.
Y estira y estira y estira y estira.
Y yo cuelgo y cuelgo y cuelgo y cuelgo.